12.6.11

Las mujeres hermosas son las espinas de mi espíritu,
que salen de adentro de mi cuero, por dentro de mi cuero, hacia afuera.
Leve dolor transformándose en terrible placer.

Mis mujeres hermosas son reflejos en los que me miro por una gracia de segundos,
escapando de mis manos en el agua que las trae y que las lleva.
Atemporales, innombrables, reflejos que tiñen..
de sus dorados, rojos, azules y magentas las pupilas que ahora las describe.

Las mujeres hermosas no causan mal, dolor, anhelo, ni alegría.
Soy yo, pero no es ni siquiera esto. Es mi cuerpo,
el que duele (el que quema) tratando de absorberlas,
el que sangra (se desgarra) rebotando en el eco de los suspiros de mis mujeres,
mis mujeres a las que solo por un deseo imaginado llamo mías.
¡Que no son mías ni son de nadiE!

Su belleza toda se basa en que no lo sean,
ni de todos, ni de alguienes, ni de nadienes. Ni mías.
Son hermosas.
Mujeres hermosas a lo lejos, que me doblan en distancia, en edad, en tamaño.
A veces me triplican, como ahora.
Y yo las amo, no puedo no amarlas,
porque no hacerlo sería escupirle a la gracia divina,
amarlas a lo lejos, a la fugacidad cercana de mis sueños
-les regalo sin quererlo sueños enteros de una noche que aún no termina-.

Yo las sueño todas,
las pinto enteras de mi deseo liquidado -hecho líquido- con un débil intento, parece,
de captar parte de su esencia en el deseo que vuelve a entrar en mí.
Por imposible que esto es,
lo disfruto en un goce bruto,
saboreando miradas que casi no existen
que son ilusiones al borde de la alucinación.
Y es que solo de lo imposible se construyen monumentos.

Que sería esto al final,
sino otra cosa que un monumento,
un cuadro chorreando de óleos y pelos de pincel,
una estatuilla semi deforme -mis palabras, eso son-,
un intento posible de amar lo imposible,
de amar.

Las Mujeres Hermosas.