4.8.12

Ajena

Pasó un año entero, en algo tan veloz como un pestañeo, sin darme cuenta.

Un año... sin darme cuenta.
Y esto me causa una extrañeza que no termina de ser del todo desagradable porque no le sale terminar del todo de ser mía.
Es una extrañeza inefable.

Extraño es porque puedo pararme aquí y hacer, en dirección reversa, una lista de los sucesos que van hacia un año atrás (pero eso no me ubica en ninguna parte).

Atrás, reversemos... y miro, pero lo que veo es alguien caminando, que no soy yo, descendiendo por un trayecto repleto de baches. Ajena.

Yo, ¿mi más yo? Sigue de pie en el mismo lugar en el que mi mundo dejo de girar, en el que mi corazón siguió latiendo pero a otro compaz. Yo no sé donde quedé, de saber solo sé que no soy la misma que era.

Todavía me siento suspendida en un momento. No es el momento en el que tenía algo, tampoco llega a ser aquel en que deje de tenerlo por completo, es más bien el momento en el que recordé que no tenemos nunca nada.

No soy igual, y sin embargo soy la misma. Por más golpeado el cuero, más fuerte es, pero también más blando se vuelve.

¿A donde fue ese año? En serio. Yo siento que agosto fue ayer, pero había sido que agosto es mañana.


Cualquier momento que recordé antes que este lo sentí triste.
Los sentí tan tan tan TAN triste,
que me obligue a abandonarlos en el olvido.
Que ahora elijo dejarlo atrás.

Yo que un año espere en la sombra,
en la sombra olvidé mi abrigo.
Y en los bolsillos de ese abrigo todas las cartas escritas,
y en las cartas todas las lágrimas que me quemaron,
todas las cosas que nunca llegué a contar.

En la sombra dejé momentos,
que por tan débil, tan débil,
no pude atrapar con la mano.

Quien fui entonces,
y a donde fui de lejos...
no lo sabría explicar.
Más sin saberlo nada mi alma comprende
las cosas que en palabras...
nunca podré oírla pronunciar.



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